Los
estructuralistas llevaron la búsqueda de los formalistas al extremo. Estos
últimos buscaban una ciencia de la literatura, alejada de los social y lo
contingente, de los valores subjetivos del crítico, también los
estructuralistas, sólo que estos lograron su objetivo de manera más
convincente.
Los estructuralistas eliminan, en
primera instancia, la figura del Autor, y esa es una primera gran aportación. El
Autor como prinicipio y fin del sentido, como demiurgo creador de la
experiencia estética y de su interpretación. Para ellos, en específico Barthes,
esta figura es medieval y romántica,
caduca.
En lugar del Autor, tenemos al lenguaje. Y en esto siguen,
claro está, a Saussurre y la diferencia de la lingüística sincrónica y la diacrónica. Lo diacrónico es contingente, azaroso,
irrelevante. La literatura es lenguaje, lenguaje actuando de manera sistemática
(estructural) sobre los individuos. Los
individuos, por tanto, como pacientes del lenguaje agente.
Este salto es radical y es el que les
permitirá fundamentar una teoría en base
a las estructuras (del lenguaje, del pensamiento, de la significación) que
rigen lo literario, cultural, social. Son las estructuras lo importante, no
quien las aplica. De la misma manera que el lenguaje es una estructura que no
pueden cambiar radicalmente los hablantes, sólo adaptar, así la literatura es
una estructura que trasciende su momento.
Este segundo avance, la escritura como
un proceso comunitario, global, histórico, dará como resultado la intertextualidad. Es decir, el
estudio de las relaciones de los textos más allá de quién o quiénes los
escribieron. Los textos como entes independientes, entidades del lenguaje. Un
ejemplo parecido, en el campo de la mitología, es el de Levi-Strauss. Más allá
de las tribus o grupos étnicos, afirma Levi-Strauss que existen patrones de mitos que se van repitiendo
en el tiempo y en diferentes espacios. Son estos
patrones los que nos permiten intuir la estructura, de igual manera que, en
el caso de Freud, son los síntomas los
que nos permiten intuir el inconsciente.
Una tercera gran aportación del
estructuralismo es, finalmente, errradicar
el significado único, contenido de un texto. Algo que intentaron hacer los
formalistas pero de manera menos convincente.
Si un texto es un conjunto de textos
precedentes actuando sobre leyes predeterminadas, entonces no hay un
significado único, fijo. Se trata, en dado caso, de patrones que podemos
describir, si somos críticos, y, si somos lectores, aportar un significado
contingente, es decir temporal. Los
lectores se ubican en el eje de la lingüística diacrónica, adatando y entendiendo el lenguaje o la literatura en su
uso social. Los crítcos en el
eje de la lingüística sincrónica,
obteniendo leyes que unan las partes del lenguaje, pero leyes negativas, es decir, que no guardan
ninguna relación con lo real, son sólo leyes relacionales: A es A porque No es
B.
La idea de trascendencia, de significado, de razón se ve de esta manera truncada por una ciencia que no lo es porque sólo alcanza el nivel descriptivo y una práctica, la literaria, que adquiere significado en la lectura de cada individuo.
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